Ayudemos a Ignacia
Testimonio de su madre Margot:
Mi hija Ignacia desde muy pequeña, meses, tenía temperaturas muy altas 39/40, eso a mí me llamaba la atención y asustaba. Esto se repetía por lo menos dos veces al año, a los 5 años fueron aumentando sus jaquecas, para mí no eran normal, le mandaban a tomar exámenes y no había resultado que indicaran por qué.
A los 7 años, un sábado por la mañana, ella dormía a mi lado y sentía que saltaba en la cama, yo quería seguir durmiendo, en eso yo me moleste, me incorporo y para mí ahí empezó todo ... Ella no me estaba molestando saltando, sino que estaba convulsionado.
Lo primero que hice fue revisar su boca, pues pensé que estaba ahogada por algo que se pudo tragar. Hice reanimación y mi hija no reaccionaba, pedí ayuda gritando hacia la calle porque yo no sabía que más hacer y seguía haciendo reanimación cuando ella no tenía pulso. Sus ojos, yo se los abría para que me siguiera mirando y le hablaba para que no dejara de luchar, pues ya sus labios se amorataron y no hubo latidos por 5 minutos (creo yo porque para mí fue una eternidad), ahí yo no podía hacer nada, mi hija estaba sin latidos, sin vida en mis brazos.
Me aferré con todo mi ser a creer que un ser superior podía hacer un milagro y eso hice, grité, pidiendo a Dios que si era real ahora yo necesitaba que me ayudara (lo que paso ahí a lo mejor para muchos será de no creer, pero dentro de todo mi dolor y desesperación ya había gente conmigo pidiéndome que dejara a mi hija, pues no había nada más que hacer) y solo pedía por su vida con tanto fervor que mi dolor venía desde mi vientre tal cual grité: “si existes y eres Dios el que creo todo tú puedes hacer posible lo imposible, yo no puedo hacer nada más, ayúdame. Mi amiga quien estaba junto a mí me pedía que la dejara y se asustó cuando yo empecé a conversar según ella sola. Yo escuché una voz audible que me dijo: ¿y tu crees que la puedo salvar? Le respondí: si, yo sé que tu eres Dios y no hay imposibles para ti. En ese momento, sentí como si alguien soplará por frente mío en dirección a la cabeza de Ignacia, caía de mis brazos, sentí aire tibio y mi hija dio un suspiro grande.
Abrió sus ojos, pero no había otra respuesta de parte de ella, solo vi en sus ojitos, susto, dolor y me pedía ayuda abriendo y cerrando sus ojos. Su carita y cuerpo estaban desfigurados por lo fuerte de la convulsión, la llevamos a urgencias en el Hospital de Quilpue, donde la medio estabilizaron y me mandaron a casa con medicamento para el dolor de cabeza y ella gritaba del dolor, le pusieron algo para que durmiera y nos dieron de alta.
A las horas después, lo mismo, convulsión, pero esta no tan fuerte, nos fuimos de urgencia al Hospital Naval ahí estuvo 4 días y la dieron de alta porque no sabían que le pasaba, nos vinimos a casa otra vez, de ahí llegamos al Hospital de Viña Fricke, luego de muchos exámenes los mandaron al Van Buren Valpo y también de vuelta a casa; al otro día cuando los calmantes y sedantes pasaron nuevamente convulsionó y nos arriesgamos a llevarla a Santiago en auto particular al Hospital de Carabineros.
Ahí llegamos a urgencias, mostré los exámenes y la dejaron hospitalizada, le hicieron todos los exámenes neurológicos y estudios, esto arrojó un accidente en su cerebro, un tumor encapsulado, que nos daba tiempo para hacer más exámenes y saber si podía ir a pabellón y operar. Estuve 3 meses viviendo en el hospital. Mi hija en una pieza de vidrio aislada de los niños ontológicos para evitar contagio tanto por los demás como por ella. Yo viví ahí en esa sala día y noche, me duchaba en un pequeño baño del piso donde estábamos, caminaba mirando la pizarra donde están los nombres y diagnóstico de todos los niños hospitalizados, muchos por distintos tipos de cáncer, y mi hija tenía un signo de (¿ ...?). Fue una ratita de laboratorio, exámenes que había se lo hacían, en la resonancia seguía apareciendo su accidente (ACV).
No vamos a operar y la retiran de pabellón, yo no sabía ni que pensar ni sentir y el médico me dice que dijera algo, me dice: pregunte cuál es la buena noticia, yo no podía hablar y él puso su mano en mi hombro y me dijo “no sé qué pasó, no sé si es ese Dios a quien todos los días le pide y con quien habla o su amor y tenacidad de madre, pero la resonancia no mostró el tumor, no hay nada que operar”. Yo seguía llorando y le daba gracias.
Le bajaba la presión y se caía, pasamos por muchos médicos, 6 años más menos e incluso al siquiatra la mandaron porque decían que inventaba los síntomas para llamar la atención. Hasta que un médico me da una condición llamada Disautonomía (la cual afecta al sistema nervioso autónomo), el sistema nervioso autónomo controla todos los órganos del cuerpo, la irritación sanguínea y presión arterial.
El sistema nervioso autónomo (involuntario automático) inerva musculatura lisa que recubren los órganos, por ello afecta internamente como también las glándulas salivales, lagrimales y sudoríparas, vasos sanguíneos, estómago, intestinos, hígado, riñones, vejiga, geniales, riñones, corazón, pulmones, termo regula tu cuerpo y la circulación e irrigación sanguínea, intolerancia calor y frío y sensibilidad a ruidos, cambios bruscos de luz y de altura (no puede subir al ascensor, sube muy abruptamente su presión arterial, descompensándose y pierde el conocimiento se desmaya, sufre arritmias, taquicardias, bradicardia, en el fondo todo se altera por su sistema nervioso autónomo). No puede salir sola, se ducha con la puerta abierta porque en cualquier momento podría perder el equilibrio y marearse. Por ello, para ella ha sido muy difícil llegar a sus 22 años.
Debido a la pandemia no estaban atendiendo y yo no la podía exponer a que se contagiara. Esto nos llevó a una fuerte descompresión. Lo pesado de todo esto, que la condición de Ignacia, llamada Disautonomía, no está reconocida por el servicio de salud, es por ello que toda consulta médica, exámenes, procedimientos y tratamientos son carísimos, por ello la rifa. Ella depende de mi para muchas cosas, hay días en los cuales ella se siente bien, pero en sus crisis ella no se puede ni levantar de la cama, aun así se cambió de carrera y estudió una técnica que es más corta y no requería tantos tiempos sentada o de pie, es muy complicado tanto para ella como para mí su Disautonomía, son muy pocos los profesionales que conocen la de esa enfermedad. Hoy hay un grupo pequeño que estamos luchando por hacer visible estas enfermedades invisibles o raras sin ningún tipo de cobertura.
Apelando a la buena voluntad de quienes hayan leído este resumen, porque han pasado muchas otras cosas más. Por su condición de Disautonomía, no ha sido fácil ni lo será, pero sigo confiando que ella es un milagro, es mi única hija y mis tiempos y dedicación han sido para cuidar de ella y buscar en un peregrinar de médicos, en médicos tratando de saber que le pasaba a mi hija porque yo sabía que no estaba loca ni era de floja que no se levantaba de la cama. Agradecida de Dios, pues me ha permitido dentro de mis posibilidades cuidar de ella, buscando siempre avanzar en este camino que nos cambió la vida por completo a las dos.
Margot Riquelme Godoy
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Ignaciana Ríos Riquelme
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